Diversos
autores han hecho hincapié en la gran significación de las especias y el oro en
los destinos de América. Efectivamente, constituyeron un factor determinante en
la historia de los descubrimientos, pero el contacto inicial con la riqueza
americana -como se deduce de las cartas de Colón y por la rebeldía de su gente-
fue desilusionante: el oro de las Antillas era escaso y pronto desapareció sin
saciar la sed de los conquistadores por tan preciado metal. En sus últimos
viajes, Colón tocó la costa del Darién, mas los europeos no lograron ver
realizadas sus ambiciones de obtener el oro tan deseado.
El
primer conocimiento extranjero de la orfebrería mexicana se efectuó hacia 1517,
cuando, según nos informa Bernal Díaz del Castillo, Henández de Córdoba recogió
en Cabo Catoche algunas "patenillas de medio oro y lo más de cobre, y unos
pinjantes, y tres diademas, y otros pecezuelos y ánades de la tierra, y todo de
oro bajo". La ausencia de ríos -sin contar la de minas- en la península de
Yucatán, restaba toda posibilidad de abundancia de metales en la zona.
La segunda expedición a las costas
mexicanas, en 1518, reveló a los acompañantes de Grijalva la riqueza de la
orfebrería en Tabasco y Veracruz. Fue en el primero de estos sitios en donde,
después de rescatar figuras vaciadas de lagartijas y aves, le informaron a
Grijalva que, "adelante, hacia donde se pone el sol hay mucho (oro); y decía
Culúa, Culúa y México, México". Algún tiempo más tarde, gran parte de la riqueza
de objetos de orfebrería, plúmaria y mosaico fue remitida a Carlos V, y las
nóminas conservadas por Gómara y por Oviedo son fiel testimonio de su belleza e
importancia.
para Hernán Cortés, en la tercera de las expediciones, en 1519, estaba reservada
la fortuna de conquistar aquel fabuloso tesoro. En Veracruz recibió el imperial
envío de Moctezuma: plumas, ornamentos de oro y piezas de mosaico de piedras
preciosas, con el que los indígenas colmaban a los hijos del sol que sus
profecías les habían anunciado. La nómina de la primera remisión vuelve a ser
testimonio elocuente de su suntuosidad, pues en aquel acervo figuró el célebre
sol de oro del tamaño de una rueda de carreta, cuyo solo valor intrínseco se
estimó en tres mil ochocientos pesos del mismo metal.
Entre 1519 y 1526 la riqueza de oro
del Anáhuac fue saqueada y enviada a Europa: la remisión de Grijalva y la casi
simultánea de Cortés (1522); la tercera de este mismo, enviada al emperador poco
antes de emprender su viaje a las Hibueras en 1524; y la última, dos años
después de la fecha citada, sólo se conocen por el inventario realizado por
Cristóbal de Oñate, en el cual ya figuran piezas de orfebrería colonial como "un
crucifijo y unas imágenes de Nuestra Señora y San Juan". Todavía no es posible
precisar la riqueza aurífera remitida en este periodo, mas debe tenerse en
cuenta que la recogida hasta antes del suceso de la Noche Triste se ha estimado
en cerca de cuatro millones de pesos, con el poder adquisitivo de su tiempo. Sin
embargo, de todo lo descrito por cronistas, misioneros, códices y nóminas de
remisión, nada queda en Europa que válidamente pueda atribuirse a los envíos de
Cortés. La casi totalidad del enorme acervo de piezas precortesianas que se
exhiben en los museos procede de excavaciones posteriores o tumbas exploradas en
tiempos modernos.
La fuente que se dispone para el
estudio de la minería y la metalurgia prehispánicas la constituyen los códices,
libros de Anáhuac que fueron tempranamente conocidos en Europa. Cortés envió a
Carlos V dos ejemplares en 1519 y Pedro Mártir de Anglería, quien los tuvo en
sus manos. los describió detalladamente.
Entre los códices de manufactura indígena pueden mencionarse la Matrícula de
Tributos, cuya importancia artística es escasa, pues su interés fundamental es
histórico por consignar jeroglíficamente la nómina de pueblos y la clase de
tributos que se pagaban al imperio azteca en tiempos de Moctezuma 11; el Códice
Florentino, el Códice Mendocino, el Códice de Azoyú, el Códice Flotzin, el
Códice Xólotl y el Lienzo de Jucutácato, documentos estos últimos que en
conjunto nos dan los datos necesarios sobre la minería y metalurgia antes de la
llegada del europeo a tierras mesoamericanas. A los anteriores cabe agregar las
cartas de Hemán Cortés y la Historia de Bernal Díaz del Castillo, escritos
históricos en los que sus autores, casi siempre con gran asombro, describen los
objetos de oro, plata y cobre que pudieron admirar y estrechar entre sus
dedos.
La arquelogía, a través de diversas
investigaciones, ha logrado el hallazgo de objetos que son testimonio del
trabajo de los metales (oro, plata, cobre, estaño y plomo) para diversas
finalidades: hachas, anzuelos, punzones, tubos, puntas de lanza, agujas y
alfileres, todos hechos en general de cobre; joyas y otros objetos artísticos
como pectorales, collares, pulseras, cascabeles, anillos, orejeras, etc., en los
que se empleó de preferencia el oro con diferentes técnicas: martillado,
repujado, filigrana, chapeado y moldeado por medio de la cera perdida. Se afirma
que en el México prehispánico se utilizaron aproximadamente treinta y cinco
minerales no metalíferos catorce que sí lo son.
Las
minas prehispánicas, algunas de considerable antigüedad, se encontraban sobre
todo en la sierra de Querétaro y en diversos lugares del bajo río Balsas. La
zona donde fundían el oro recogido de los ríos se ubicaba en las serranías
occidentales de Oaxaca, donde los mixtecos o los zapotecas mixtequizados
manufacturaban objetos ornamentales o de usos rituales. Otro gran centro debió
ser, y hay datos para afirmarlo, el Atzcapotzalco Azteca, pero sus obras fueron
saqueadas y sometidas a crisol en el siglo dieciséis, sin legar prácticamente a
la posteridad objetos de esa cultura. Otro importante centro floreció en la
región oriental de Oaxaca, en los límites con el sur de Veracruz, en la Mixteca
chinanteca y en la Mixtequilla veracruzana.
Sin lugar a discusión, el arte de los metales tuvo su origen en Ecuador o en
Perú y de allí se transmitieron varias técnicas por la costa del Pacífico hasta
Panamá y Costa Rica, donde se establecieron importantes industrias para trabajar
el oro. La metalurgia parece haber llegado tarde a México, evidentemente no
antes del siglo X o tal vez en el siglo XI D.C. Los metales conocidos y
utilizados por las diversas culturas mesoamericanas eran solamente el oro
(teocuítlatl), la plata, el cobre (tepuztli), el plomo y el estaño. El oro
procedía principalmente de los actuales territorios de Guerrero y Oaxaca, lo
sacaban de las arenas de los ríos lavando éstas en jícaras, o bien extrayéndolo
de vetas superficiales, "para cuyo descubrimiento tenían ciertas reglas eficaces
en tiempos de aguas". La plata no está mencionada en el Códice Mendocino entre
los tributos, pero los conquistadores recogieron grandes cantidades y vieron
argénteas joyas en los mercados. Humboldt dice que "ya en tiempo de Moctezuma
los naturales beneficiaban las vetas de plata de Tlachco (Taxco) y Tzompango
(Zumpango)". Tampoco figuran el plomo y el estaño entre los tributos que
menciona el Mendocino, mas del segundo se servían como moneda. Del cobre,
extraído sobre todo de Tlachco y Cohuxco (Guerrero y Oaxaca), hacían joyas y
hachas para cortar la madera (los tepuzcuauhxexeloni) y para labrarla
(tlaximaltepuztli). Su explotación la hacían a tajo abierto o en galería
cerrada, calentando la roca y haciéndola reventar con agua fría. Los ocres, rojo
(óxido férrico) y amarillo (hidrato férrico) les servían en las pinturas, mapas
y para teñirse el cuerpo y la cara. De obsidiana (cuarzo y feldespatos amorfos,
que ellos llamaban iztli) fabricaban espejos, cuchillos, navajas y puntas de
flecha. Para construcción empleaban la traquita, el tetzontli (lava escoriosa)
el tepétlatl y la cal (eneztli). La primera fue usada en las esculturas
colosales de Coatlicue y otros ídolos, en la Piedra del Sol, en el cuauhxicalli
de Tizoc, etc. El teoxíhuitl, turquesa reservada para los ídolos; el
chalchíhuitl, de uso exclusivo de los nobles; el quetzalchalchihuitl, muy verde
y transparente; el quetzalztepiollotli u ópalo; el tlapalteoxíhuitl o rubí,
etc., eran sus principales piedras preciosas, con las que avaloraban sus
pendientes, collares, pulseras, bezotes y narigueras.
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